1. Introducción (p.5-6)
    1. El consumo es una parte integral de nuestra vida cotidiana, presente en diversos espacios de ocio y comercio (supermercados, centros comerciales, tiendas físicas y virtuales). El consumo no solo es frecuente, sino que es parte de nuestra existencia diaria. La vida cotidiana se ha tratado de diversas formas: a veces como opuesta al sistema social y regida por la espontaneidad y las relaciones emocionales, y otras veces como el ámbito donde se construyen identidades y significados sociales (Mackay, 1997, en Juanola, 2013). Tensión entre creatividad y reproducción en la vida cotidiana. Las prácticas diarias están influenciadas por grandes estructuras sociales siendo el consumo un elemento configurador clave. La Escuela de Frankfurt ve al consumidor como pasivo y manipulado por los medios y corporaciones, mientras que teóricos como Lefebvre y De Certeau ven al consumidor como activo y creativo, capaz de interpretar y dialogar con su entorno (Juanola, 2013). La vida cotidiana está en la intersección entre reproducción social e innovación, alejándose de la imagen del consumidor como títere. Las prácticas cotidianas no solo reproducen normas del mercado, sino que también constituyen una dimensión social múltiple y heterogénea. Según De Certeau (1984, en Juanola, 2013), el capitalismo de consumo no puede suprimir las energías espontáneas e imaginativas de las personas. Se exploran elementos de nuestra cotidianidad, incluyendo cómo las relaciones de pareja y las tecnologías de la información se ven influenciadas por discursos que mercantilizan las relaciones. La sociedad como un espacio de innovación y resistencia, con propuestas de cambio y transformación social emergentes desde la cotidianidad.
  2. Objetivos (p.7)
    1. 1. Conceptualizar el consumo como una parte inextricable, constitutiva y constituyente de la vida cotidiana. 2. Analizar, ejemplificar y argumentar el proceso de mercantilización de las relaciones sociales, considerando los ejes que configuran la sociedad de consumo actual. 3. Argumentar las características generales y específicas del consumo de tecnologías de la información y la comunicación. 4. Entender la intersección entre las formas de uso de las tecnologías y el conjunto de valores, normas y discursos que conforman la lógica de la sociedad de consumo actual. 5. Reflexionar sobre diferentes iniciativas propuestas para lograr una transformación social. 6. Argumentar y analizar críticamente las ventajas y limitaciones de las diversas propuestas sobre cómo plantear una ética del consumo y el cambio social.
  3. Amor y Consumo (p.9-14). Anteriormente, en las ciencias sociales, el amor y el mercado se han visto como esferas separadas y antinómicas. El mercado se caracteriza por relaciones impersonales e instrumentales, donde las personas son evaluadas por criterios generales e intercambiables, como en la esfera productiva donde todos son sustituibles. En contraste, las relaciones amorosas, según el ideal romántico, se basan en la espontaneidad, imprevisibilidad, transgresión de reglas y un sistema de relación en el que la persona amada es única e intransferible (Costa, 2006, citado en Juanola, 2013). Así, el amor romántico sería una de las esferas más protegidas contra la comercialización capitalista. Sin embargo, el amor romántico y el capitalismo están estrechamente vinculados. El amor vende, como lo demuestra la industria de consumo que gira en torno a las bodas y la actividad económica de fechas románticas como San Valentín o Sant Jordi.
    1. 1.1. La construcción de las relaciones de pareja en la sociedad de consumo (p.9). 1.1.1. El placer y la diversión como elementos constitutivos del amor (p.9-11). El amor como necesita ser "cuidado". La rutina es enemiga de la pasión, y las parejas deben esforzarse para mantener viva la intensidad inicial de la relación, vinculando el amor, el matrimonio y la felicidad con la diversión y el ocio. Hasta el siglo XIX, el amor se veía como un sentimiento religioso asociado al altruismo y el sacrificio. Desde el siglo XX, se vincula con la felicidad individual y la reafirmación personal, asociado a la aventura y emociones intensas, en consonancia con las necesidades del capitalismo de consumo (Illouz, 2009, en Juanola, 2013). El mercado ofrece productos y servicios que prometen mantener la llama del amor, construyendo el vínculo entre productos y pasión. La relación amorosa se ha mercantilizado, asociándose al mercado del ocio y el consumo. Las revistas femeninas, como Cosmopolitan y Woman, reflejan este discurso, sugiriendo nuevas formas de conservar el amor a través de esfuerzos e innovación. Esta visión contrasta con el ideal de matrimonio del siglo XVIII, que veía las pasiones como negativas para la estabilidad de la relación y enfatizaba el conocimiento gradual del otro. 1.1.2. El consumo como escenario de la relación amorosa (p.10-11). Las citas románticas se han trasladado del hogar familiar a espacios públicos, vinculándose con el hedonismo y el consumo. El mercado ofrece "islotes de privacidad" en espacios públicos donde las parejas pueden estar juntas sin interrupciones. El coche ha permitido a las parejas disfrutar de privacidad en espacios públicos y ha cambiado el escenario ideal de cortejo. La preparación para una cita romántica implica un consumo previo, como la compra de ropa y productos de belleza. La práctica de visitar a una mujer en su hogar ha sido reemplazada por citas en espacios anónimos, alejando el amor del control social familiar. Vemos así que las prácticas amorosas se han comercializado y cómo el consumo se ha integrado en la experiencia romántica moderna. 1.1.3. Amor y racionalidad (p.11-12). La relación amorosa está vinculada a una utopía hedonista, pero también incluye la importancia de la comprensión mutua, la comunicación y el realismo en las relaciones amorosas. Las parejas deben esforzarse y negociar para gestionar conflictos y mantener la estabilidad. Visión del amor como una mercancía negociable, alineada con la lógica de pérdidas y ganancias del mercado. Las metáforas económicas han utilizado el discurso amoroso, donde las parejas se ven como “equipos de trabajo” que invierten tiempo y esfuerzo para mantener la relación. Las relaciones se consideran “transacciones” donde los miembros deben ser socios para un intercambio equitativo. Los especialistas en relaciones han contribuido a la mercantilización al promover el autoconocimiento. Las personas evalúan las relaciones según su capacidad para satisfacer preferencias y necesidades individuales. La búsqueda de pareja se compara con una búsqueda laboral activa, donde deben tomar la iniciativa en lugar de esperar pasivamente. Se utilizan cuestionarios y análisis realistas para evaluar la compatibilidad.
    2. 1.2. La mercantilización del amor: la búsqueda de pareja en línea (p. 12-14). Internet permite buscar pareja, amistades, relaciones esporádicas o contactos a través de numerosas páginas web, que han ganado popularidad. Las páginas de contactos en línea, como Meetic.es y Match.com, tienen millones de usuarios globales, facilitando la socialización en una sociedad con ritmos de vida acelerados y donde el consumo de TIC es cotidiano. Estos servicios son lucrativos, cobrando cuotas mensuales y posicionando al usuario como consumidor, evaluando beneficios y tomando decisiones basadas en productividad y calidad del producto (Ardèvol, 2005). La comodidad, variedad y seguridad que ofrecen estos servicios son atractivas para los usuarios, quienes valoran la posibilidad de mantener anonimato y controlar sus contactos. La popularidad del automóvil privado ha desplazado las citas del hogar a espacios públicos, proporcionando privacidad y facilitando desplazamientos. La búsqueda de pareja se ha convertido en un acto de consumo, requiriendo inversiones previas en ropa y productos de belleza, y utilizando técnicas de marketing para destacar en un mercado competitivo de perfiles. Los servicios de citas en línea exigen crear perfiles detallados, reflejando la identidad y preferencias de los usuarios, transformando a los individuos en productos de mercado (como pasa con nuestro caso de OnlyFans para esta Pec), compitiendo por visibilidad. La facilidad para iniciar y finalizar relaciones en línea, sin compromisos duraderos, refleja el modelo de "pura relación" descrito por Giddens (1991) y la lógica consumista aplicada a las relaciones, como señala Bauman (2007), citados en Juanola (2013). Las relaciones en línea, en esta sociedad de consumo, siguen patrones de transacciones económicas, con los usuarios preocupándose por su imagen y valor económico y social, evaluando la búsqueda de pareja en términos de coste-beneficio (Illouz, 2006, citado en Juanola, 2013).
  4. El consumo de tecnologías de la información y la comunicación. (p.15-22) El consumo de tecnologías de la información y comunicación (TIC) se ha integrado profundamente en la cotidianidad, transformando aspectos de nuestra vida como la gestión del tiempo, la separación entre trabajo y ocio, y nuestras interacciones sociales. El teléfono móvil, omnipresente en nuestras vidas, permite microcoordinaciones que alteran la dinámica de nuestras citas y compromisos. Al mismo tiempo, las fronteras entre el tiempo de trabajo y el tiempo personal se desdibujan debido a la constante conexión proporcionada por dispositivos móviles y correo electrónico, extendiendo las responsabilidades laborales más allá del horario oficial (Parra et al., 2006; Ling, 2004, citados en Juanola, 2013). Para los adolescentes, primeros nativos digitales, el uso de TIC es completamente naturalizado, y estos dispositivos forman parte integral de su identidad y socialización. Han llegado a un punto donde el límite entre el individuo y la tecnología es borroso, sugiriendo una nueva identidad tipo cíborg donde los dispositivos son prótesis indispensables para la vida cotidiana (Haraway, 1991; Catalan, 2008, citados en Juanola, 2013). La teoría del actor red propone una perspectiva de "sociología simétrica" donde la agencia es compartida entre humanos y no humanos, viendo la acción como el resultado de la interacción de una red de elementos que incluyen tecnologías (Latour, 1998, 2002, citado en Juanola, 2013). En este contexto, el consumo de TIC no solo modifica nuestra manera de relacionarnos sino también nuestra manera de pensar y sentir, con los adolescentes utilizando las tecnologías para integrarse en sus grupos sociales, manifestando deseos de conexión que reflejan un profundo entrelazado con la cultura de consumo tecnológico.
    1. 2.1. Tecnologías de relación (p. 15-16). Los estudios demuestran que los jóvenes utilizan las TIC principalmente para interactuar con amigos y encontrar formas alternativas de ocio (Parra et al., 2006). Estas tecnologías facilitan la comunicación, multiplicando la cantidad de relaciones que podemos mantener (Lasén, 2006). La característica principal de las TIC no es la información que transmiten, sino las relaciones que facilitan, posicionándolas como tecnologías de relación (Johnson, 1997; Gil et al., 2003; Gil, 2007; Gil-Juárez et al., 2010). Las TIC nos permiten estar en varios lugares simultáneamente, físicamente presentes en un sitio pero conectados virtualmente a otro. El teléfono móvil, por ejemplo, destaca no tanto por su movilidad, sino por su capacidad de conectividad (Castells et al., 2006). Al facilitar las relaciones sociales, el consumo de TIC impacta en la construcción de la identidad y la configuración de nuevas subjetividades, valores, normas y formas de relación. La división tradicional entre lo real y lo virtual ha perdido relevancia. La tecnología intermedia gran parte de nuestras relaciones, las cuales se continúan en línea, y las intimidades se expresan más fácilmente en el entorno digital (Turkle, 1995). Así, es más pertinente hablar de una continuidad entre relaciones presenciales y virtuales, en lugar de preguntarse cuáles son más "verdaderas". En el ámbito académico, el uso de TIC se reduce principalmente a la ayuda que Internet ofrece para hacer deberes o trabajos. (Juanola, 2013)
    2. 2.2. Características generales del consumo de TIC (p. 17-18). Las tecnologías de la información y comunicación (TIC) se han adaptado al consumo actual, siendo objetos que conectan emociones, consumo e identidad. El móvil es una parte personalizada de nosotros mismos. Lo personalizamos como nuestros objetos personales y queremos las últimas novedades, buscando siempre este Homo Emotionalis reinventarse en esta sociedad del deseo. Las TIC cambian la percepción del tiempo y dan más opciones de consumo. Nos permiten acceder a productos e información de todo el mundo, eligiendo lo que queremos. La habilidad de búsqueda y localización de información, especialmente entre los jóvenes, se ha desarrollado significativamente gracias a las TIC. La búsqueda de información, sobre todo entre los jóvenes, mejora con las TIC. Los móviles inteligentes tienen muchas funciones y aplicaciones, siendo herramientas personales y de consumo (Gil y Feliu, 2004, en Juanola, 2013). Las TIC también afectan a nuestra identidad y subjetividad, y han cambiado nuestra relación con el tiempo y el consumo.
    3. 2.3. Tecnologías, subjetividad y consumo (p. 18-21). Las TIC no solo favorecen la dinámica del consumo, sino que también ofrecen posibilidades de resistencia. Contribuyen a la construcción de un individuo autónomo y emocional, que actúa según sus preferencias. Consolidan la individualización de la comunicación, convirtiendo al individuo en el gestor de sus relaciones, decidiendo qué correos electrónicos responder, qué llamadas contestar y a quién aceptar en redes sociales como Facebook (Parra et al., 2006). Antes, la comunicación era una experiencia compartida por la comunidad o la familia. Hoy, el teléfono móvil ha personalizado totalmente la comunicación, permitiendo que la movilidad y la conectividad superen las limitaciones espaciales y temporales, facilitando la gestión simultánea de múltiples relaciones (Lasén, 2006). La ansiedad por olvidar el teléfono móvil en casa refleja la preocupación de perder oportunidades y experiencias. Mientras las relaciones tradicionales eran reducidas y estables, hoy en día son numerosas pero superficiales y de corta duración (Bauman, 2003). Gestionar eficazmente un gran número de relaciones otorga estatus, mostrando a la persona como integrada y no solitaria. La visibilidad y la disponibilidad se han convertido en valores sociales importantes, con la pérdida de privacidad percibida como menor problema en comparación con la necesidad de estar permanentemente conectados (Gergen, 2002, 2003). Las TIC han diluido los límites entre lo público y lo privado, creando nuevas formas de autocontrol y control social. El consumo de TIC no solo implica la adquisición de objetos, sino también la configuración de formas de vida y subjetividades (Gil & Feliu, 2004). La exclusión de las TIC puede tener consecuencias significativas, no solo por la falta de acceso a la tecnología, sino también por la falta de integración en las formas de vida y valores dominantes de la sociedad de consumo. La exclusión se relaciona con factores económicos, limitando el acceso a las mismas prestaciones tecnológicas (Catalan, 2008). La comunicación privada se traslada a escenarios públicos, y redes sociales como Facebook y Twitter hacen públicos muchos aspectos de nuestra vida cotidiana. Esta mezcla de lo público y lo privado refleja la integración profunda de las TIC en nuestra vida diaria (Juanola, 2013)
    4. 2.4. TIC y resistencia (p. 21-22). Las TIC no solo dinamizan el consumo, sino que también permiten la resistencia activa. A diferencia de la televisión y la radio, las TIC modernas como el teléfono móvil e Internet convierten al usuario en un participante activo en la comunicación. Los usuarios seleccionan y personalizan sus interacciones con estas tecnologías, desarrollando usos no previstos por los fabricantes. Un ejemplo es el uso de mensajes SMS, inicialmente considerados de poca importancia comercial por la industria de la telefonía móvil, pero que se convirtieron en una forma popular de comunicación (Goggin, 2005). Otro ejemplo es el fenómeno de las llamadas perdidas, utilizadas creativamente para comunicar sin coste, como para indicar llegada o solicitar una llamada (Castells et al., 2006). Además de fomentar el consumo, las TIC facilitan el acceso a formas de consumo alternativo y estilos de vida minoritarios que serían invisibles sin la Red. Permiten la creación y mantenimiento de redes sociales cruciales para la movilización y el activismo social, convirtiendo a los consumidores en participantes activos en procesos de transformación social (Rheingold, 2002). (Juanola, 2013)
  5. Consumo, ética y transformación social (p.23-37). Las emociones y el consumo están entrelazados en el mantenimiento de las prácticas y estructuras sociales y actúan como dispositivos de control social (Gil, 2004). Existen opciones de cambio y transformación social. Foucault (1976) señaló que el poder y la resistencia son inseparables, y desde principios del siglo XX, grupos han cuestionado y propuesto alternativas a la dinámica del consumo. En las últimas décadas, han surgido movimientos que promueven negocios transparentes, responsabilidad corporativa, consumo ecológico y sostenible, y comercio justo. Se enfatiza la necesidad de un consumo responsable y la educación para el consumo. Acciones colectivas como iniciativas comunitarias de consumo, campañas, boicots, movimientos antimarca y contrapublicidad han proliferado. Propuestas como el decrecimiento, simplificación voluntaria, agroecología, fiscalidad ecológica, soberanía alimentaria, relocalización de economías, espacios vitales sostenibles y regulación de mercados son algunas de las muchas alternativas presentadas.
    1. 3.1. Ética e individuo (p.23-29). Las líneas de acción más populares para combatir los efectos negativos del consumo de masas se fundamentan en la capacidad de transformación social de nuestras acciones cotidianas. Las decisiones diarias—qué compramos, comemos, cómo nos desplazamos y gestionamos residuos—reproducen la estructura social, pero también tienen el potencial de transformarla. La riqueza de las grandes multinacionales proviene, en parte, de millones de consumidores que eligen sus productos. Así, los consumidores poseen un enorme potencial de acción social a través de sus decisiones de consumo. Para combatir problemas como la contaminación, explotación laboral o desigualdades globales, se debe desarrollar una ética del consumo que enfatice prácticas responsables hacia los demás, el medio ambiente y las generaciones futuras (Szmigin & Carrigan, 2006). Consumo y Responsabilidad Individual El consumo responsable no implica una actitud anticonsumista radical, sino tomar decisiones de consumo desde una sensibilidad ética. Premiar a las buenas empresas y castigar a las malas puede obligar a las empresas a ser responsables (Valor, 2011). La acumulación de acciones individuales puede guiar el mercado hacia la producción de bienes y servicios respetuosos con el medio ambiente y la diversidad cultural. Un consumidor responsable regula su consumo basado en valores humanos, realiza compras conscientemente, se autolimita, es solidario con los productores, preserva recursos naturales y reconoce que comprar es un acto político. Este enfoque abarca acciones como el comercio justo, reciclaje, consumo ecológico y boicots a empresas dañinas. Limitaciones del Consumo Responsable Pese a su importancia, el consumo responsable enfrenta limitaciones. La información sobre las políticas sociales y ambientales de las empresas es asimétrica, lo que dificulta decisiones informadas (Valor, 2011). Además, gestionar la información disponible es complejo, y ser coherente en todas las prácticas de consumo es difícil. Por ello, es crucial que las organizaciones de consumidores luchen por la obligatoriedad de información clara en las etiquetas de productos. El consumo responsable puede influir en empresas directas al consumidor, pero su impacto en empresas indirectas es incierto. Por ello, algunos proponen restringir o simplificar voluntariamente el consumo, en lugar de redefinirlo (Szmigin & Carrigan, 2006). Autonomía y Libertad del Consumidor El consumo responsable se basa en la soberanía del consumidor, pero la libertad del consumidor está condicionada por estrategias de marketing y presiones sociales. Aunque el marketing sigue los deseos de los consumidores, el consumidor no actúa de manera totalmente independiente. Las decisiones de consumo están influenciadas por creencias sociales, grupos de referencia y el contexto sociohistórico. El consumidor no es un ser soberano que actúa de manera independiente de las creencias sociales y rutinas. El medio de transporte, lugar de residencia y empleo influyen en las decisiones de consumo. Además, la mercantilización de la vida cotidiana y el uso del consumo como relación social dificultan la autonomía hacia el consumismo. La libertad en la sociedad de consumo se interpreta como la libertad de elegir entre las opciones que ofrece el mercado, sin cuestionarlas (Ballesteros, 2011). El consumidor, al comprar, expresa sus preferencias y ejerce su soberanía. Asegurar información y múltiples opciones es esencial para que el consumidor pueda ejercer esta soberanía de manera efectiva. La Constitución de 1978 reconoce derechos y deberes del consumidor, enfocándose en la defensa de sus derechos individuales para garantizar la libertad de elección. Sin embargo, el único deber del consumidor parece ser comprar y pagar, sin obligación de informarse sobre las condiciones sociales y ambientales de los productos (Ballesteros, 2011). Construir una ética del consumo basada en un consumidor autónomo es complejo. El cambio requiere agrupamiento en colectivos con aspiraciones de vida similares, ya que nadie decide en solitario. Crear grupos y asociaciones es esencial para aspirar a un modelo de vida diferente (Cortina, 2002). (Juanola, 2013)
    2. 3.2. Ética y colectividad (p. 29-31). Los enfoques individuales de consumo responsable destacan la dimensión política de las acciones cotidianas y fomentan una conciencia crítica. Aunque estas perspectivas subrayan la importancia del compromiso individual, es cuestionable si toda la responsabilidad debería recaer en los consumidores. Enfocar la ética del consumo en el acto de compra individual transfiere la responsabilidad a los consumidores, ignorando la necesidad de políticas sociales y empresariales que faciliten el cambio estructural (Recio, 2007). La actuación individual es valiosa, pero una transformación social significativa requiere cambios profundos en las estructuras e instituciones que regulan la vida económica, logrados a través de mecanismos de acción colectiva. Los consumidores deben actuar como ciudadanos activos en la definición del entorno mediante la práctica política y la intervención en espacios de decisión colectivos (Gil & Feliu, 2004). Se ha sobrevalorado el poder de las acciones individuales, desviando esfuerzos hacia un callejón sin salida. El cambio individual, debe enmarcarse en una acción colectiva para generar un impacto político significativo y un replanteamiento de los estilos de vida (Porro, 2009). Diversas iniciativas comunitarias han surgido para trascender la perspectiva individual y promover la organización colectiva como herramienta efectiva de acción. Ejemplos incluyen grupos de consumo agroecológico, mercados de intercambio de objetos, redes de intercambio y bancos de tiempo, e inversiones colectivas (Suriñach, 2011). Estas iniciativas desafían los estilos de vida dominantes y promueven valores como la cooperación y la reciprocidad (Seyfang & Smith, 2010). El apoyo mutuo dentro de estas comunidades facilita la coherencia con un estilo de vida sostenible, consolidando una identidad alternativa basada en la sostenibilidad (Jackson, 2005; Peters & Jackson, 2008). Las iniciativas comunitarias no solo proporcionan recursos, sino también información, ayudando a los miembros a adoptar prácticas de consumo sostenible sin tener que evaluar constantemente cada decisión de compra (Suriñach, 2012). Al unirse a un grupo de consumo agroecológico, por ejemplo, los miembros aprenden sobre banca ética, comercio justo, y otros aspectos, facilitando cambios profundos en los estilos de vida. (Juanola, 2013)
    3. 3.3. Consumo y activismo social (p. 31-37). Del individuo a la colectividad, ya que las prácticas de consumo están condicionadas por numerosos factores, y para cualquier transformación significativa se requiere el apoyo y la actuación de las instituciones. Sin embargo, desde finales del siglo XX, los estados nación han perdido capacidad para regular cuestiones económicas, ya que las multinacionales trascienden fronteras y pueden ignorar regulaciones (Bauman, 2004). En este contexto, los movimientos sociales han cambiado su enfoque del poder político al económico, buscando transformar la cultura de consumo mediante la elevación de la conciencia colectiva (Kozinets & Handelman, 2004). Vigilando las empresas: los movimientos antimarca Desde mediados de los años noventa, han surgido movimientos sociales que denuncian las violaciones de derechos humanos cometidas por multinacionales. Estos movimientos, como los anti-Nike, anti-McDonald's y anti-Starbucks, atacan marcas específicas para cambiar sus políticas, revelando prácticas explotadoras y fomentando la resistencia hacia valores impuestos por las marcas (Klein, 2001; Hollenbeck & Zinkhan, 2006). Contribución de Internet: Internet ha jugado un papel fundamental en la consolidación de estos movimientos, permitiendo que las campañas locales se conviertan en movimientos globales. Por ejemplo, la lucha contra McDonald's se ha expandido a más de 150 países gracias a la Red, facilitando el intercambio de recursos e información entre activistas (Hollenbeck & Zinkhan, 2006). Contrapublicidad La contrapublicidad es otra forma de activismo que critica el protagonismo del consumo en la vida actual. Manipulando anuncios para introducir nuevos significados, este movimiento busca aumentar la conciencia sobre las estrategias de las empresas y cuestionar la lógica de la sociedad de consumo (Rodríguez, 2006). Dificultades para una transformación social A pesar de la expansión global facilitada por las TIC, los movimientos sociales enfrentan limitaciones debido a la falta de instrumentos de acción global y apoyo institucional. La tensión entre comunidad y libertad individual, junto con la inseguridad económica, dificulta la participación en luchas colectivas (Bauman, 2003). Propuestas como la renta básica universal buscan recuperar el espacio político perdido y vincular beneficios sociales al concepto de ciudadanía en lugar de al valor de mercado. Podemos ver que las acciones de los movimientos sociales no son triviales; gran parte de la atención hacia los abusos corporativos se debe a la persistencia de los militantes. Aunque su impacto en el poder global es limitado, el compromiso con la ética y la acción colectiva es clave para la transformación social. Las distinciones entre enfoques individuales y colectivos, consumo responsable y simplificación voluntaria, o iniciativas comunitarias y activismo social son analíticas. En la realidad, estos enfoques están entrelazados y las iniciativas comunitarias a menudo promueven tanto el consumo responsable como el activismo político (Klein, 2001).f (Juanola, 2013)
  6. Onlyfans, Capital Erótico y Ciberencarnación (Cid, 2021).